miércoles, 12 de junio de 2013

Expectativas nulas colmadas (del segundo día - 16 feb)

El segundo día me desperté bien temprano, cosa que disfruté muchísimo durante el viaje. Me pasa cuando estoy haciendo algo que realmente me gusta y me llena, me despierto felíz, con ganas de salir lo antes posible a ver que me tiene para ofrecer el afuera, además estoy más predispuesto a que me pasen cosas buenas.

Mientras hacía mi nueva receta de hotcakes con banana, charlamos con Alessandro, un italiano que era una ficha,  de su pueblo cerca de Venecia y Montevideo, mientras intercambiábamos piques del viajero (que nunca falte). Ahí me comentó de Panamá Viejo, y cómo muestra la historia de fundación de la ciudad, así fue que sería lo que visitaría ese día. Los primeros días estaba más tranquilo, con un plan flexible, y más que nada conociendo ese mundo del viajero. A pesar de haber invertido varios días en ese estado, me di cuenta que sirvió mucho para futuras ciudades que conocería.

Como no habían buses del Metrobus a Panamá Viejo, y a pesar de las advertencias de riesgo de robo, accidente, violación, y secuestro, me tomé un Diablo Rojo, el transporte convencional de Ciudad de Panamá. Me gustaron y mucho. Ahí estaba la cultura panameña (la que no tenía su auto último modelo), Los clásicos buses atestados a los que tanto me había acostumbrado en Haití, en los que se sientan 3 pasajeros en los bancos de 2, y 2 en los de 1 (los clásicos School Bus yanquees pintados de rojo andando a todo lo que da, de ahí su nombre).

Entierro de la época colonial.
Al llegar a Panamá Viejo, fui al museo a ver de que se trataba pues no tenía idea lo que estaba visitando, y me sorprendió gratamente. La que me vendió la entrada estaba embarazada, y como siempre, me hizo más explícito que lo que está detrás de esa operaria turística es una persona y me puse a hablar con ella del embarazo, que cuantos meses, que si sería varón o nena, que como iba el embarazo, que mucha suerte, etc. Ahí mismo, y antes de entrar, vi un espectáculo circense, en el que 4 indígenas panameños danzaban al compás de tambores y maracas autóctonos rodeado por un grupo grande de turistas, con las cámaras a todo lo que daba. Fue más el rechazo a esa escena que otra cosa la que me hizo entrar tan rápido al museo.

Curiosidad histórica: sistema de saneamiento de la época.
En los museos no solía invertir mucho tiempo, no leía tanto los textos, más bien me quedaba con el concepto general y trataba de encontrar pedacitos de historia que fueran detalles sorprendentes o curiosos para que, al final, al armar la historia me quedaba más presente. Además trataba de escuchar lo que decían los guías de los grupos para tener un poco más de contexto, esto me funcionó bastante bien durante todo el viaje.

A la salida recorrí Panamá Viejo costero hasta la Catedral. Era sorprendente el contraste gigante entre las ruinas de una de las primeras ciudades coloniales americanas, y las construcciones civiles actuales alrededor, de fondo, enmarcando la escena, se veían los clásicos rascacielos panameños y los puentes de autopistas.

Recreación de Panamá Viejo. Edificios importantes de izq a der:
Conv la Merced, Conv San Francisco, Hosp San Juan,
Conv Monjas Concepción, Iglesia Comp de Jesús, Torre Catedral.
Convento la Concepción decorado para la boda.
Mientras iba caminando me iba encontrando con diferentes ruinas de la otrora ciudad capital, y la que más me sorprendió fue el Convento de las Monjas de la Concepción, no sólo porque era una de las que estaba más en pié, sino por la decoración y el movimiento que tenía. Al acercarme me dí cuenta que era la ornamentación para una boda, que sería al día siguiente. No sólo la organización de la boda panameña me imopactó (bien de película), sino también como una ruina patrimonio cultural de la humanidad, se utiliza con tales fines comerciales. Al preguntarle al organizador me contó que ese lugar se utiliza un fin de semana de por medio para eventos de ese estilo, más que nada bodas. Me impactó como colocaban la ornamentación de la boda apoyandola directamente en muros del 1670. Por otro lado vi todo el trabajo que se hizo de restauración, y el contraste entre los materiales de hace 5 siglos y los de ahora.

Observé que el organizador se ponía a putear por teléfono porque se le había caído un fotógrafo para el día siguiente. Así que saqué el vendedor nato que hay en mí, y básicamente me vedí. Le conté que trabado de fotógrafo en Uruguay, y que si bien no tengo todo mi equipo conmigo por estar de viaje, le puedo cubrir al día siguiente la boda con una Nikon D90, con la posterior edición de fotos. Tremenda oportunidad de hacer un poco de plata para el viaje, le ofrecí el servicio por la módica suma de 300 USD, una ganga para tal servicio. El tipo contento de la vida, tomó mi teléfono y me dijo que me llamaría si me necesitaba muy agradecido del lío del que lo estaba sacando. Al final me llamó para decirme que el fotógrafo podía cubrir el evento así que no tuve que conseguir un traje, pero me gustó tirarme a la cancha sin dudar en ningún momento.

Torre de la catedral.
Cuando se visita un lugar, ruinas o similares, el conocer un poco de historia genera una grandísima diferencia y lo hace pasar de ser un montón de piedras apiladas, a una estructura construida en un contexto histórico, social, y económico muy particulares, que tienen como resultado lo que uno tiene ante los ojos, y hasta se puede imaginar la construcción, o la gente de la época que hacía uso de lo que hoy son las ruinas. Eso me pasó con la Catedral de Panamá Viejo.




Estaba muy bien presentada la historia de la construcción, lo que tuvieron que pasar los responsables para culminarla, los 3 derrumbes que sufrió y cómo con la plata de todo el pueblo, se pudo reconstruir, porque en su momento lo veían como una necesidad. Por ratos viajaba mientras subía las escaleras modernas de la torre de la catedral, pero me permitían ser uno más de los feligreces que subían esos 4 pisos para avisar al pueblo entero de la misa por medio de la campana. Estaba en ese viaje temporal, cuando de repente, suenan las campanas enserio, y el ver que es un megáfono con sonido a campana, me trajo violentamente de ese viaje, permitiéndome apreciar lo artificial del hecho, que a pesar de ser entendible por el peso de la campana y lo frágil de la estructura, da bastante rechazo.

Vista desde el 4 piso de la torre de la Catedral.
Contraste antiguo-nuevo.
Ratón de campo PNM.
Terminada mi visita a las ruinas, y con las nulas expectativas más que colmadas, me dispuse a visitar el lugar que tenía en mente desde un principio: un cerro en medio de la ciudad que veía todas las mañanas desde el baño del hostal con la bandera de panamá en la cima. Necesitaba un poco de naturaleza, supongo que por el lugar en que estaba, y preguntando la gente, me comentó que era el Parque Natural Metropolitano, y me dijo a duras penas el bus que me tenía que tomar (todos me querían hacer pagar 13 USD por un taxi).
Una vez llegado al lugar (como a las 5 con todavía 2 horas de luz de sol), me dispuse, por un lado, a conectarme con el lugar y su naturaleza, y por el otro, a recorrer todos sus senderos pues el guardaparque me habló muy bien de ellos. Al prinicpio me sentía en una carrera contra el tiempo, pero a medida que fui viendo la flora y la fauna que regían el lugar me pude conectar más y contemplar el cerro. Fue muy pacificante el sentirme abrazado por esa natualeza tropical, por su diversidad y por su exuberante frondosidad.

Cuando subí hasta el mirador más alto, me sorprendió la vista que tenía de toda la ciudad, un poco interrumpida por la flora del lugar, pero se podía ver toda Ciudad de Panamá, desde el casco viejo, hasta un buen tramo del canal del Panamá, pasando por el Mall Albrook que gritaba su presencia en medio del descampado del aeropuerto Albrook. Ahí me dí un tiempo para contemplar un poco más lo que estaba presenciando de todo punto de vista, natural por el parque, cultural por la ciudad que tenía ante mis ojos, histórico por lo que había visto ese día, y personal por lo que me surgía en medio de esa naturaleza. Luego de ese ejercicio tan enriquecedor, comencé la bajada un poco apurado porque se venía la noche, y lejos de terminar ahí las cosas que vería del Parque, iban apareciendo más animales a mi bajada, que se iban preparando para ir a sus cuevas, o estaban saliendo de ellas.

Vista desde el PNM, ciudad de Panamá.
Idem.
Al llegar a la puerta trasera vi un cuartel, algo que no pegaba para nada con el lugar, pero que lo hacía más misterioso. Los militares que cuidaban la entrada me comentaron que era de la época de la invasión estadounidense, pero no me supieron decir para que se utilizaba. Hablando con ellos, me ofrecieron llevarme a la terminal para tomarme el bus hacia el hostal y nos fuimos juntos, un raid que se transformaría en taxi, cuando me pidieron plata para la bencina (nafta)... Milicos descarados, ahí les dije que andaba sólo con la tarjeta del Metrobus y seguimos todos contentos.

El día terminaría con una noche lindísima, llena de estrellas, musicalizada por un grupo de artesanos de un puestito cerca del hostal. Recién al final del día me daría cuenta el cerro que veía del baño del hostal no era el que visité, sino el Cerro Arcón que visitaría al día siguiente acompañado de un amigo sudafricano...
Al terminar el día, me quedaría viendo un poco de música hecha por estos artesanos.

jueves, 30 de mayo de 2013

Era cuestión de tiempo (De la preparación del viaje).

Por fin viaje!

Algo que me tenía prometido desde hace tanto tiempo, siempre cambió el destino, no tenía compañeros de experiencia en mente ni sabía sí lo haría acompañado, y los métodos y costos dependían de los anteriores; pero era seguro que algún día iba a viajar y por fin lo hice.

La idea final se gesto sin quererlo en Haití, por la sugerencia de un amigo que se había permitido vivir la experiencia, y sintió un punto de inflexión en su vida. Con la fuerte excusa de ser la última oportunidad segura de reencontrar a tantos amigos, y el argumento firme de conocer ricas y vibrantes culturas de las que oiría relatos desordenados de cada uno de estos, como embajadores de su país tironeándome para que eligiera el suyo como preferido. Pero con la agitada experiencia que estaba viviendo en Haití, todos esos relatos los guardaba en mi memoria sin siquiera analizarlos, para que luego, mientras cruzara centroamérica de punta a punta, aparezcan como vagos dejavú asociados a sus rostros.

Por fin viaje, y entendí porque me había hecho esa promesa hace tanto tiempo, porque en mis metas ocupaba un espacio tan importante, y porque me despertaba sensaciones tan encontradas mientras se acercaba el momento.

El enriedo mental y emocional que significaba mi vuelta de Haití, y otros procesos personales no me dejaban hacerme a la idea que iba a viajar, y no me dejaron planificar bien lo que viviría para aprovecharlo mejor. Estaba absolutamente negado, y no compraba el pasaje, no decidía cuando saldría, que destinos haría, como lo encararía ni cuanto costaría. Esa sensación de no saber lo que se venía me había paralizado, me sentaba adelante de la computadora para averiguar que destinos visitar, y navegaba a la deriva en el vasto internet, sintiendo al final del día, que no había hecho más que perder horas tan importantes que podría haber aprovechado para definir cosas del viaje, lo que a la vez me daba más ansiedad.

Así estuve en ese círculo vicioso por bastantes días, hasta que la gente me preguntaba sí ya tenía el pasaje, que cuando lo iba a comprar, que estaba perdiendo días, etc. Hasta que un día vi demasiado inminente la compra de ese pasaje porque habíamos arreglado para ir a comprarlo con mi madre. Y no pude evitar ver en nosotros la imagen de un hijo chico miedoso de la mano de la madre a tomar una decisión para la que todavía no estaba preparado, recordé cuando me llevaba al club de la mano, y yo comenzaba a llorar una cuadra antes. En ese momento me sentía como un pelotudo de 28 años acompañado de su madre, pero entendí que era la manera.

Cuando lo compramos, me sorprendió lo que sentí de un momento a otro, me sentía entre más aterrado por no tener vuelta atrás, y sumamente alegre y aliviado por haber dado el paso (gracias por el empujón y la oportunidad vieja), como una tranquilidad que el viaje ya era una realidad. Que después de tanto tiempo craneando ese viaje arrastrando el grillete que yo mismo me puse, lo había logrado; que realizaría ese viaje tan soñado desde hace tanto tiempo.

Y ahí me di cuenta que habían cosas básicas para hacer ese tipo de viaje, que ni había pensado. La mochila que como siempre haría el último día, el contacto con la gente con la que me juntaría en Centroamérica, las reservaciones necesarias, internarme mas al desconocido mundo del Couchsurfing y demás "detalles" que definiría más sobre la marcha. Lo cual generaría que mi itinerario no sea tan detallado y rígido, lo que me daría la opción de hacer el viaje mucho más flexible y me permitiría cambiar los destinos insitu, siempre con el afán de conocer todo lo que me dieran el cuerpo, el tiempo, y la plata.

Toco comenzar a despedirse de la gente, y fueron despedidas marcadas por mi estado de ánimo más ensimismado y reflexivo, por la costumbre de los que me rodean a que yo me vaya, por la poca conexión que había logrado con mi gente en esos dos meses luego de volver de Haití, y fueron despedidas muy diferentes unas de otras, algunas numerosas y otras mano a mano, pero todas con la conclusión que ese regalo que me estaba haciendo me haría muy buen.

También me tocó despedirme de la Sierra de las Animas (dos días antes de volar).
Y cuanto más gente despedía, más se iba cerrando el pequeño ciclo que fui a cumplir a Uruguay, y se estaba abriendo otro que me daba mucha incertidumbre.

Justo en ese período se dio mi cumpleaños, uno muy particular, al que sólo asistieron los más cercanos y queridos, era el primero de tantos que no estaba la casa llena, que era algo mucho más intimo. A mí me gustó muchísimo, pero mi familia estaba malacostumbrada a los cumples multitudinarios en casa. Ese día justo estaba el desfile de llamadas en la calle Isla de Flores, una muestra cultural de Uruguay que sólo se da en carnaval, en la que se ve año a año, cómo el candombe, ritmo y baile traídos por la pequeña población afro-uruguaya, se fue dispersando por todos las tribus sociales, cuando se ve en una calle la muestra más representativa de la dinámica ciudadana exaservada por la fiesta misma.

Festejo de cumple familiar.
Un amigo me preguntó si iría, y le contesté que no podía, por atender a la gente en casa, a lo que respondió: “es tu cumpleaños, te podés dar ese regalo, no”… ahí cayó la frase como un adoquín rompiendo mis planes. Porque no?, fue así que luego del cumpleaños me permití vivir una noche de candombe junto con los que me habían acompañado, y los que iba encontrando esa noche de candombe. Uno de los cumpleaños más disfrutables y auténticos que he vivido.

El privilegio de una fiesta de cumpleaños como ésta.

Luego de ese día, las charlas serían mano a mano porque faltarían sólo 3 días para el viaje. Esos serían los 3 días en los que uno toma carrera para dar el salto, en los que más me encerraba en mí mismo, y pensaba mucho, días donde todo giraba, pero no me preocupaba porque sabía que esa marea insoportable iba a terminar en breve.

Ultimo amanecer que me regalaría Uruguay.
Un 14 de Febrero a las 4 de la mañana, luego de dormir nada por la preparación de la mochila, salimos con mi familia, de nuevo en procesión desde casa hasta el aeropuerto, de nuevo con la lluvia torrencial como escenario afuera del auto, y un silencio de manos apretadas dentro. Creo que los sentimientos de todos dentro de ese auto estaban alineados. No sé si estábamos conectados por nuestras manos, o por telepatía, pero nos estábamos despidiendo, con mezcla de alegría por cumplir un sueño y nostalgia por el tiempo que pasaríamos separados, para lo único que se hablaba era para comentar del tiempo, o recontar que me estaría olvidando en la mochila. Pero al terminar la conversación corta-silencio, de nuevo comenzaba esa sincronicidad entre nosotros, apretabamos las manos, y se nos empapaban los ojos.

En la despedida del aeropuerto estaba bien, feliz, sería tiempo de ir, por fin tiempo para mí. Y así me despedí, con una sonrisa enorme, ojos brillosos, y con el pecho inflado, agradecido, por lo que iría a vivir y la familia que tengo que me apoya incondicionalmente en estos pasos.

Y por fin pasé por la puerta de embarque con mis tres compañeras, la mochila grande atrás, la chica adelante, y la cámara a mi derecha, y me fui directo a sentarme en el avión, y cuando apoyé la cabeza en el avión, ahí dije, ya está! Estoy viajando! Por fin! Y dormí.

Invitación Cordial...

Hoy, hace exactamente 4 semanas volví de un viaje que me venía prometiendo desde hace mucho tiempo, un viaje que además de conocer tantas culturas diferentes a la nuestra, tanta gente linda, y tantos lugares hermosos; me ayudaría a entender muchas cosas de Haití, y a conocerme a mí mismo.

Hoy, hace exactamente 15 semanas volé con la mente abierta y con tímidas expectativas; es que no sabía lo que iba a encontrar en Centroamérica, pero sobretodo que iba a encontrar en mí. Así que preparé un poco el viaje y la mochila, pero me centré en prepararme a mí, en cerrar ciclos, en despedirme de gente que recién había reencontrado luego de Haití. En despedirme de esa parte de mí desordenada, ermitaña, que no entendía que pasaba a su alrededor, pero que sólo precisaba parar un segundo a pensar, a regalarse un poco de tiempo, a hacer algo que le gustaba. Y no encontré mejor manera de parar la pelota, que viajar a lo largo de todo Centroamérica, donde viviría como nómade, conociendo gente nómade y de la otra, gente local y extranjera, quedando siempre en lugares diferentes, no más de 3 días por lugar. Y encontré que así sí era posible parar un segundo a pensar, mejor que en la quietud de la rutina.

Pero luego de conocer todo eso y haber tenido tantas experiencias tan extremas, inverosímiles y enriquecedoras, de haber viajado todo ese tiempo sólo, pero bien acompañado con la cantidad incontable de personas que me crucé por el camino, con las que compartí desde unos taquitos hasta días de viaje; me parecería un insulto a la experiencia que viví no compartirlo, y una injusticia para los que no tienen la oportunidad de vivir algo similar, que me lo guarde.

Por eso a partir de hoy quiero compartir con ustedes por este medio todo lo vivido, cada día, experiencia, y momento vivido. Cada persona conocida y cada lugar descubierto. Para que además de la compañía de los que iba conociendo en el camino, tenerlos a ustedes. Por eso los invito a acompañarme desde sus sillas, sillones, camas, hamacas paraguayas, o puffes, en este primer viaje que me regalé. A imaginar Centroamérica desde la comodidad de sus hogares o trabajos. A recorrer Centroamérica en 80 días.


miércoles, 27 de febrero de 2013

Miscelánea por ciudad de Panamá (Del primer día).


Era mi primer mañana de este viaje, y la primera en un hostal, así que me desperté bien temprano a saborear esos momentos mirando el amanecer, bañándome tranquilo, y preparando que iba a hacer en el día. Al desayunar, aprendí el arte de los clásicos y gringos hot-cakes o pan-cakes, muy práctico, fácil y nutritivo, pero sería una señal que todo lo que viviría en los hostales no hablaba de cultura local, sino más bien gringa.

Amanecer desde la ventana del hostal, contraste entre lo antiguo y lo moderno.

Al salir a la calle a recorrer lo primero que hice fue comprar una tarjeta de celular para estar en contacto con los míos. La compañía no era local, pero al final sí fue muy buena: sería Digicel. Me sorprendió lo fácil que es ser un extranjero con número local, en cualquier almacén te venden un sim para celular. Lo otro que me vino a la cabeza fue el pequeño viaje en tiempo y espacio que me venía de regalo con la tarjeta, Digicel fue la compañía de telefonía celular que utilizábamos en Haití, y esa compra me transportó a la rutina haitiana con todas las cotidianas que teníamos con esa empresa. Fue el momento nostalgia de Haití del día y mientras caminaba estaba un poco en Puerto Príncipe y un poco en ciudad de Panamá.

Camine tranquilo por casco viejo tratando de pasar desapercibido, tratando de ser uno más, pero me di cuenta al instante que ahí están muy acostumbrados a los turistas y los identifican muy bien. Si era uno más, un extranjero más. Mi mochila pequeña a cuestas, pesada que hablaba de mi inexperiencia como mochilero (tenía computadora, Lonely Planet, cosas de higiene personal, bitácora, libro, todos los 5 cargadores, cartuchera, etc.), hacía un poco menos disfrutable la caminata. Ahí visité diferentes puestos de artesanías que se extendían por toda la calle de la muralla: donde antes se defendía la ciudad hoy se vendía piezas de cultura local al turista. Precios bien diferentes, dependía mucho cómo le caías al vendedor, y la habilidad propia de negociar. Había que definir el precio según uno, para luego negociarlo hasta ahí: el tan pintoresco arte de regatear. Según yo si el regateo demoró su buen tiempo, entonces llegamos a un buen precio.

Ese fue el primer contacto con la cultura Kuna, indígenas originarios de Panamá vistiendo sus atuendos tradicionales. En un principio pensé que se ponían los atuendos típicos para vender más, para hacerle creer al turista que sus productos son autóctonos. Era un viaje verlos usar el celular, algunos muy nuevos, pero en realidad, ellos, por más autónomos que sean también tienen derecho de utilizar la tecnología que se le ofrece hoy en día. Creo que algo común con estas culturas nativas es que, si quieren, pueden vivir bien del turismo, con artesanías, al presentar su cultura al turista interesado, etc. Es su manera de poder meterse en la sociedad que hoy en día tiene tanto para ofrecerles y es bastante difícil mantenerse al margen. Más allá que a veces es el mismo gobierno o empresas que los corre de sus tierras para hacer algún proyecto.

 Catedral Metropolitana.

 Casa blanca.

 Plaza de Francia.

 Iglesia de San José.

 Antiguo convento de Santo Domingo.

 Idem. Vista del arco chato, maravilla ingenieril de la época.

 Paseo Esteban Huertas.

 Palacio de las Garzas.


Plaza Catedral.

Casco viejo estaba lleno de obras, se notaba a la legua que a principio del año que viene son las elecciones, y no estábamos de temporada alta. Lo estaban restaurando absolutamente todo, pero estuvo bueno porque vi cómo impacta el turismo a la ciudad, y lo que lleva a cuidar lugares históricos, o proteger áreas verdes, es de las pocas cosas buenas que le vi al turismo para el país anfitrión.

En Haití era “blank”, hoy acá en Ciudad de Panamá soy α12, en cada edificio de gobierno en el que entraba sentía los wolkie talkies que decían “te mando un α12” o “el α12 está yendo a la zona amarilla”. Cuando esa situación ya me pareció absurda y hasta descarada, me dispuse a hacer un poco de desorden… Pa´ pasar el rato, vio? En un momento cuando nadie me vio, subí unas escaleras, que no estaban señalizadas como prohibidas pero estaba claro que iba a molestarles un poco por ser acceso de oficinas del estado. Fue muy gracioso cuando ya no me vieron y los walkie tolkies se preguntaban de uno a otro, “ubicación del α12?” se comentaron dónde me habían visto por último, y se mandaban buscar a diferentes lugares “críticos”. Era muy divertido realmente, pero lo más divertido fue cuando con mi mejor cara de turista di la cara por un balcón que era obvio estaba híper prohibido… La reacción fue instantánea: “α12 en el balcón sur” dijo uno mientras movía las manos desde lejos para llamar mi atención y hacerme bajar, al instante aparece otro seguridad por la puerta por la que entré y me invita cordialmente a bajar y me indica que en esa zona no se puede estar por ser oficinas del estado. Ahí me llevó a donde sí podemos estar los α12. Me descostillaba de la risa por dentro, nunca me sentí tan identificado con Mr. Beam.

 En el reflejo del vidrio, el α12.

Vista interna del Palacio Bolivar.

Palacio Bolivar, presidencia de Panamá.

Saliendo del Palacio Bolivar realmente sentí el peso de la mochila, así que me dispuse a comprar un morral lo menos “acá-adentro-llevo-una-cámara-de-esas-grandotas” posible (gracias Aniko por la sugerencia), al no encontrar ninguno que no dijera Panamá, me compré el que me sentía más identificado y el que pasara más desapercibido (eso creo que no lo conseguí muy bien tengo que aceptarlo, soy un turista), bueno, bonito y barato (luego de 10 minutos de regateo). Me acompañaría por el resto de las caminatas llevando la Lonely Planet, cuadernito de anotaciones, cámara, sombrero, y algunas cositas más.

Luego de comer en el hostal, salí a andar en las bicis que ofrecían. Cuando me enteré que en el hostal tenían bicis gratis enserio me ilusionó muchísimo, pero al pedir una bici, dos cosas me desilusionaron:
1.-Las bicis en el hostal eran gratis, pero eran sólo por una hora, para que el turista pudiera decir: “anduve en bici por Ciudad de Panamá”, no te daban candado para atarla, y eran bien pesadas y con freno a contra pedal (no me llevo bien con ese sistema). Así que al subirme a la chiva, dejé todas mis expectativas de la experiencia en bici en el hostal, lo cual hizo un poco más disfrutable la vuelta.
2.- Ciudad de Panamá no es para andar en bici (o por lo menos donde yo estaba), agarré una ciclo-caminata-vía, que se llama cinta costera, un muy lindo recorrido para ver la costa de la ciudad, y tiene como 4 puentes para cruzar la autopista. Pero era bastante corta y no podías salirte porque por ahí era zona de tránsito entre varias zonas y muchas calles son autopistas sin ciclovías, además los autos, y sobre todo los buses con los que comparto el carril derecho andan muy rápido y te dicen de todo si te ven en chiva. Debe ser por eso que no se ven bicis ni motos, puro auto lujoso. La ciudad de Panamá tampoco está hecha para el peatón, muy poca gente camina por la ciudad además si preguntás cómo llego a algún lugar te dice, “coja un taxi”, “pero voy caminando”, “no mijo, eso queda como a 10 minutos caminando”. La verdad no sé si la ciudad no es para peatones porque los ciudadanos no son peatones natos, o no hay peatones porque la ciudad no es lugar para ellos (el huevo o la gallina).

 Algunos de los bloques de rascacielos que vi en mi viaje en chiva.
 Otro multicolorido.
Otro...

En el mercado de mariscos, sopilotes y albatros se conglomeran para comer la carroña.

Vasco Nuñez de Balboa.

Un amigo uruguayo que me encontré andando en chiva por Panamá.

Luego de devolver la bici fui al mall Albrook, para ver si me podía comprar un lente para la cámara, averigué dónde lo podía comprar y me fui para allá. Cuando llegué no podía creer lo magnánimo del edificio, en serio era demasiado. Tenía locales afuera de la nave central, y cada local de esos era un galpón enorme de dos a tres pisos, y era el local de una sola compañía. El ambiente en el shopping era de compras, normal pero acá estaba un poco exacerbado, creo que tiene que ver con la cultura bastante consumista de los panameños. Me perdí muchas veces dentro del recinto, y cuando le preguntaba a la gente, estaba apuradísimos todos. Muchísimas casas de tecnología y tenían lo último de lo último, flat TV 3D enoooormes, parecía una exposición de cines, mil quinientos celulares de muestra (no quiero saber la cantidad que estaban en las cajas esperando ser comprados). Cada local tenía cosas muy específicas, la gama de cada uno se reducía a pocas marcas pero muchos modelos de cada una, tal es así que no conseguí en 5 locales de fotografía (enooooormes) ningún lente para cámara Nikon. Increíble, pero tenían infinitos modelos de Cannon y Sony. Incluso me sorprendió ver un local de championes que tenían una cantidad inmensa de muestras, y eran todas muy pero muy similares, todas rondaban en el mismo concepto de championes de colores flúor.

El shopping tenía el diseño clásico: Sin ventanas para que no te des cuenta la hora que es y sigas comprando; las escaleras mecánicas iban todas hacia el 1er y 2o piso, pero las que iban a PB eran comunes (sólo ví 1 mecánica para PB) para que al buscar la salida pases por la mayor cantidad de locales posibles; la plaza de comidas era enserio gigantesca, y habían juegos de luces, y lugares donde dejar a los niños para que los papis puedan comprar tranquilos (la versión panameña de la ciudad de los niños pero más grande); lugares donde dejar los paquetes de cosas que ya compraste para que no te molesten en el siguiente local; en muchos locales vi gente en la puerta invitándome a pasar. Enserio era un consumismo exagerado, había allí locales de aerolíneas, de aseguradoras, de inmobiliarias, etc. En un momento me puse a pensar en el valor monetario de absolutamente todo lo que había en ese Mall, y las pérdidas que habría si eso se incendiara (ni siquiera estoy pensando en las pérdidas humanas por las personas que había allí), cómo estos shoppings crecen de a poco y no se dan cuenta la dimensión magnánima a la que llegan y ni siquiera se cuestionan el impacto que lleva tener esa magnitud.

A la vuelta use el sistema de transporte local: el Metro Bus, como el STM montevideano pero casi terminando. Es muy bueno y relativamente nuevo, no maneja dinero en absoluto, hay que comprar una tarjeta y recargarla para viajar en ellos, ya está pronto el carril sólo bus en las autopistas y avenidas principales, y la gente los respeta porque es un muy buen sistema (vamo arriba intendenta no es tan difícil, o va a quedar para la próxima gestión?).

Sería el final de mi día una caminata desde la parada hasta el hostal, pasando por las puertas de un asentamiento bien cerca de donde está una de las más importantes zonas turísticas del país, increíble el contraste que rompe los ojos, eso lo lleva a uno a pensar en la diferencia de oportunidades que hay en un país consumista como estos, al ver la cantidad enorme de autos lujosos, o los smartphones que tiene cada ciudadano obligatoriamente, o las pantallas que se ponen en la calle, pero a pesar de eso un tercio del país está sumergido en pobreza y el presidente actual no ha sacado casi ninguna política de seguridad social dejando a esta población bastante desamparada, sería la inyección de realidad necesaria antes de dormir.

domingo, 17 de febrero de 2013

Alegría eufórica (de la primer noche).


El viaje estuvo lleno de conocidos… El primer vuelo me lo tomé para mí, para mirar para afuera y para acomodar un poco las ideas, y dejar que asentara todo esa nube de sentimientos que se levantó al irme. Luego espera en el aeropuerto intentando conectarme con la flía… Sólo intentando.

Cuando me siento en el segundo avión, con los mismos compañeros de vuelo al anterior, comentamos ese hecho caUsal. Resulta que nada que ver con mis prejuicios construidos en el viaje anterior, lo que me había imaginado de ellos. Montevideanos comunes y corrientes que viven en Guatemala, donde después espero que nos veamos, agradezco que me hayan pasado el prejuicio por el piso para tener lo que sería la primer enseñanza del viaje (nunca está de más repasar esa enseñanza).

Después en el tercer vuelo, un colombiano, que venía de Washington con su pareja alemana y su hija estadounidense, que después de ir a Panamá  se irían a vivir a Alemania, veterinario él, que está investigando sobre el cáncer en el ser humano. Surreal su historia, pero es real y nos vamos a ver mañana en ciudad de Panamá.

Después resulta que ellos conocieron en el vuelo anterior una estadounidense que iba a la misma zona que yo, le propuse tomar un taxi juntos a la ciudad para bajar costos y me causó gracia su reacción de desconfianza absoluta (lo asocié a la paranoia gringa y no a mi cara desalineada y pelo desordenado luego de tanto viaje). Al hacer la fila para el taxi me puse a hablar con una señora, también estadounidense que hablaba un español muy gracioso, y ese fue el tema durante todo el viaje que al final compartimos los tres.

Cuando llegué al albergue recordé ese ambiente mochilero con los sentidos abiertos y la sorpresa a flor de piel, me empezó a correr un sentimiento de alegría por estar donde me gusta mucho. Y cuando arreglé mis cosas en el cuarto, de repente me llenó un sentimiento de alegría eufórica con cara de: ARRANCÓ EL VIAJE!!! Expresada con gritos internos de URUGUAY NOMÁ! o VAMO ARRIBA CARAJO!

Hacía tiempo que no tenía un sentimiento de esos, de emoción y excitación por lo que se viene, así que me tiré en la cama a saborearlo. Y me di cuenta lo cansado que había sido el viaje de 18 horas, porque cuando abrí los ojos de nuevo, estaba -como tantas veces me ha pasado- atravesado en la cama como a las 2 de la mañana con las luces apagadas, se ve que mi compañero de cucheta me despertó al irse a dormir, al moverla tanto por su estado un tanto alcoholizado. Como siempre que me pasa eso me levanto, me higienizo para dormir, y caigo en la cama inconsciente, para levantarme en unas horas.


 Los Andes Peruanos dejando el aeropuerto de Lima.

Vista de la ventana de mi cuarto del hostal

sábado, 16 de febrero de 2013

El mundo está ahí para vos (del viaje)

El viaje no comenzó en el avión o en el auto al aeropuerto, se podría decir que comenzó un poco antes. Tomo al viaje como el estado de moverse a un lugar, pero no físico sino mental. La gran mayoría de veces cuando uno viaja primero ocurre lo segundo, porque uno se proyecta en el viaje, no necesariamente planificando sino en la generación natural e inconsciente de expectativas o sueños.

Ese estado comenzó en mí una vez que fui cerrando mejor las cosas en Uruguay y me fui liberando de cargas pesadas en mi mochila, estaba más libre para mirar para adelante, y para viajar. No lograba dimensionar. Pero me fue más fácil prepararme para lo que se venía. Y las pequeñas despedidas o simples charlas me iban haciendo más liviano todavía. Como que iba despegando de a poco. En este estado logré visualizar más el porqué del viaje y cómo lo iba a aprovechar, y estar más agradecido por la oportunidad que estaba aceptando.

Pequeños momentos hacían que se instaurara más ese sentimiento, el irme despidiendo de mis seres queridos de a uno o varios, el terminar de armar la mochila, el hacer el check in, cosas que me iban comentando que iría a viajar. Y algunas veces algo en mí quería quedarse, por no saber lo que se venía, o porque no había pasado suficiente tiempo con los míos, o por dimensionar de golpe el gran paso que estaba dando. Pero la otra parte era más fuerte, la que siempre hace preguntarme que hay a la vuelta de aquella esquina, o que gente encontraré en tal pueblo, o que fauna y flora podré ver en ese bosque, etc. Esa parte más aventurera mía, le transmitía confianza a la más aprensiva porque sabía que todo iba a estar bien y que lo que iba a vivir me iba a cambiar para bien. Esa parte que me permite salir de mi zona de confort más a menudo, desafiando mis miedos, sabe que ahí afuera no hay peligro mayor que el cambiar y crecer. Porque de ningún viaje se retorna…

Cuando apoyé mi cabeza en el respaldo del avión y miré por la ventanilla, entendí todo mucho más, y un sentimiento de plenitud y alegría, mezclada con una pizca de nostalgia llenó mi pecho, y nubló mis ojos. Y algo me dijo al oído: “El mundo está ahí para vos, aprendé de lo que tiene para enseñarte…” Ahí, mi mente y mi cuerpo estaban juntos viajando y yo estaba pronto para lo que se venía.

En el viaje físico, el avión, escribí y miré mucho por la ventana, ese paisaje que entraba era hermoso, esa inmensidad me daba más visión y podía ver las cosas con más claridad. También pude observar a mi lado, padre e hijo. El hijo era el calco del padre, en cuanto a manera de expresarse y moda, no me sonaban para nada interesantes. Seguí en la mía, escribiendo, sacando fotos, mirando y pensando.
Zona preandina, Perú


Llegamos a Lima Perú, Aeropuerto que habría visitado antes y volvería a visitar luego, a mi vuelta. Y recordé ese vuelo que perdí en Colombia, lo que me haría casi correr para meterme en el próximo avión. Al final tuve una corta espera, pero nunca me aparté de la puerta de embarque hasta que nos llamaran.
Saliendo del aeropuerto Internacional de Lima
Catedral de San Salvador
Cuando nos subimos al próximo avión, para nuestra sorpresa, nos tocó juntos de nuevo con mis anteriores compañeros de viaje, y como obligados comentamos el fenómeno, lo cual nos hizo entablar un diálogo de avión: esos diálogos que se hacen casi por cumplido y cuanto más corto mejor. Pero luego nos iríamos enganchando en la charla que ocuparía todo el vuelo a San Salvador, hablando de lo que hacía cada uno, de lo que iba a hacer en Centroamérica, y al final intercambiar contactos para reencontrarnos en Guatemala. Al final ese viaje terminaría con el primer contacto intercambiado, y en una charla que me enseñaría a no prejuzgar, como un recordatorio de lo que tantas veces habría aprendido, de lo que en definitiva, sería la primer enseñanza del viaje, la primera de tantas.

Condimento sin moderación (del pre-viaje)

La preparación de este viaje fue bastante particular. Si irme de viaje 2 meses y medio a Centroamérica sólo no fuera poco, le agregué de condimento mi vuelta de de mi año y medio de Haití. Ese condimento, que como chile picante (de esos pequeños) uno lo subestima y al principio cuando lo muerde no se le siente ningún gusto extraordinario, pero luego viene de a poco, y luego sorpresivamente un flujo fuertísimo de ardor a la lengua, así fueron viniendo todo ese flujo de pensamientos y sentimientos.

En medio de ese flujo de experiencias, aprendizajes,  pensamientos y sentimientos; uno desearía que el mundo y el tiempo pare para identificar cada uno, procesarlo, mirarle todas las aristas, sacar lo que tiene para enseñar y aprenderlo, agradecerle y pasar al próximo. Luego, una vez que todos hayan sido procesados, luego de haber crecido y aprovechar al máximo la experiencia; volver a poner el mundo y el reloj en funcionamiento, y atender  a mis seres queridos, con todo ya más claro, y habiendo crecido infinitamente… NO, esa nunca fue una posibilidad y la vida me gritó ese NO en la cara con euforia.

Entonces en medio de todo ese río embravecido de charlas con gente que me hacía avanzar, iba haciendo ese proceso en simultáneo llegando a lugares diferentes de lo que llegaría si lo hubiera hecho sólo, no volviéndome tan loco o tan ermitaño. Entonces iba entendiendo no sólo todo eso, sino también el viaje, el porqué, y con el porqué el cómo, y con el cómo el darme cuenta que estaba en el horno con la preparación. Y correr, y procesar, y ver gente, y preparar el itinerario, y pasear a los perros, y leer, y meditar y, y, y…
Compré el pasaje…
AAAAHHHHHHHH!!!! Estoy en el Horno!
Fue ahí cuando me di cuenta que en realidad no había hecho nada, porque estuve en vueltas, y todo me llevaba infinitas veces más tiempo de lo que me llevaría y al principio me puse ansioso, pero después acepté. No podía hacer otra cosa que aceptar lo que había elegido, y prepararme a mí más que al viaje. Entonces no tenía esa dualidad entre viaje o yo, Centroamérica o Uruguay, decidí cerrar lo mejor posible Uruguay y luego cuando estuviera pronto meter más a Centroamérica… En el avión…

En conclusión, nunca se va a dar el escenario perfecto ante una situación que te toca, la situación toca cómo y cuándo toca (o cómo se elije inconscientemente), pero lo único que uno puede hacer es aceptarlo y procesarlo como uno puede y prepararse de la mejor manera que puede. Lo que nos define no es la situación que nos toca, sino qué hacemos con esa situación…



Entre otras cosas al aceptar mi situación fui a la Sierra de las Animas a despedirme del lugar...
Y de mi mismo.





Secuencia que deja ver mi situación al preparar mi viaje.