jueves, 30 de mayo de 2013

Era cuestión de tiempo (De la preparación del viaje).

Por fin viaje!

Algo que me tenía prometido desde hace tanto tiempo, siempre cambió el destino, no tenía compañeros de experiencia en mente ni sabía sí lo haría acompañado, y los métodos y costos dependían de los anteriores; pero era seguro que algún día iba a viajar y por fin lo hice.

La idea final se gesto sin quererlo en Haití, por la sugerencia de un amigo que se había permitido vivir la experiencia, y sintió un punto de inflexión en su vida. Con la fuerte excusa de ser la última oportunidad segura de reencontrar a tantos amigos, y el argumento firme de conocer ricas y vibrantes culturas de las que oiría relatos desordenados de cada uno de estos, como embajadores de su país tironeándome para que eligiera el suyo como preferido. Pero con la agitada experiencia que estaba viviendo en Haití, todos esos relatos los guardaba en mi memoria sin siquiera analizarlos, para que luego, mientras cruzara centroamérica de punta a punta, aparezcan como vagos dejavú asociados a sus rostros.

Por fin viaje, y entendí porque me había hecho esa promesa hace tanto tiempo, porque en mis metas ocupaba un espacio tan importante, y porque me despertaba sensaciones tan encontradas mientras se acercaba el momento.

El enriedo mental y emocional que significaba mi vuelta de Haití, y otros procesos personales no me dejaban hacerme a la idea que iba a viajar, y no me dejaron planificar bien lo que viviría para aprovecharlo mejor. Estaba absolutamente negado, y no compraba el pasaje, no decidía cuando saldría, que destinos haría, como lo encararía ni cuanto costaría. Esa sensación de no saber lo que se venía me había paralizado, me sentaba adelante de la computadora para averiguar que destinos visitar, y navegaba a la deriva en el vasto internet, sintiendo al final del día, que no había hecho más que perder horas tan importantes que podría haber aprovechado para definir cosas del viaje, lo que a la vez me daba más ansiedad.

Así estuve en ese círculo vicioso por bastantes días, hasta que la gente me preguntaba sí ya tenía el pasaje, que cuando lo iba a comprar, que estaba perdiendo días, etc. Hasta que un día vi demasiado inminente la compra de ese pasaje porque habíamos arreglado para ir a comprarlo con mi madre. Y no pude evitar ver en nosotros la imagen de un hijo chico miedoso de la mano de la madre a tomar una decisión para la que todavía no estaba preparado, recordé cuando me llevaba al club de la mano, y yo comenzaba a llorar una cuadra antes. En ese momento me sentía como un pelotudo de 28 años acompañado de su madre, pero entendí que era la manera.

Cuando lo compramos, me sorprendió lo que sentí de un momento a otro, me sentía entre más aterrado por no tener vuelta atrás, y sumamente alegre y aliviado por haber dado el paso (gracias por el empujón y la oportunidad vieja), como una tranquilidad que el viaje ya era una realidad. Que después de tanto tiempo craneando ese viaje arrastrando el grillete que yo mismo me puse, lo había logrado; que realizaría ese viaje tan soñado desde hace tanto tiempo.

Y ahí me di cuenta que habían cosas básicas para hacer ese tipo de viaje, que ni había pensado. La mochila que como siempre haría el último día, el contacto con la gente con la que me juntaría en Centroamérica, las reservaciones necesarias, internarme mas al desconocido mundo del Couchsurfing y demás "detalles" que definiría más sobre la marcha. Lo cual generaría que mi itinerario no sea tan detallado y rígido, lo que me daría la opción de hacer el viaje mucho más flexible y me permitiría cambiar los destinos insitu, siempre con el afán de conocer todo lo que me dieran el cuerpo, el tiempo, y la plata.

Toco comenzar a despedirse de la gente, y fueron despedidas marcadas por mi estado de ánimo más ensimismado y reflexivo, por la costumbre de los que me rodean a que yo me vaya, por la poca conexión que había logrado con mi gente en esos dos meses luego de volver de Haití, y fueron despedidas muy diferentes unas de otras, algunas numerosas y otras mano a mano, pero todas con la conclusión que ese regalo que me estaba haciendo me haría muy buen.

También me tocó despedirme de la Sierra de las Animas (dos días antes de volar).
Y cuanto más gente despedía, más se iba cerrando el pequeño ciclo que fui a cumplir a Uruguay, y se estaba abriendo otro que me daba mucha incertidumbre.

Justo en ese período se dio mi cumpleaños, uno muy particular, al que sólo asistieron los más cercanos y queridos, era el primero de tantos que no estaba la casa llena, que era algo mucho más intimo. A mí me gustó muchísimo, pero mi familia estaba malacostumbrada a los cumples multitudinarios en casa. Ese día justo estaba el desfile de llamadas en la calle Isla de Flores, una muestra cultural de Uruguay que sólo se da en carnaval, en la que se ve año a año, cómo el candombe, ritmo y baile traídos por la pequeña población afro-uruguaya, se fue dispersando por todos las tribus sociales, cuando se ve en una calle la muestra más representativa de la dinámica ciudadana exaservada por la fiesta misma.

Festejo de cumple familiar.
Un amigo me preguntó si iría, y le contesté que no podía, por atender a la gente en casa, a lo que respondió: “es tu cumpleaños, te podés dar ese regalo, no”… ahí cayó la frase como un adoquín rompiendo mis planes. Porque no?, fue así que luego del cumpleaños me permití vivir una noche de candombe junto con los que me habían acompañado, y los que iba encontrando esa noche de candombe. Uno de los cumpleaños más disfrutables y auténticos que he vivido.

El privilegio de una fiesta de cumpleaños como ésta.

Luego de ese día, las charlas serían mano a mano porque faltarían sólo 3 días para el viaje. Esos serían los 3 días en los que uno toma carrera para dar el salto, en los que más me encerraba en mí mismo, y pensaba mucho, días donde todo giraba, pero no me preocupaba porque sabía que esa marea insoportable iba a terminar en breve.

Ultimo amanecer que me regalaría Uruguay.
Un 14 de Febrero a las 4 de la mañana, luego de dormir nada por la preparación de la mochila, salimos con mi familia, de nuevo en procesión desde casa hasta el aeropuerto, de nuevo con la lluvia torrencial como escenario afuera del auto, y un silencio de manos apretadas dentro. Creo que los sentimientos de todos dentro de ese auto estaban alineados. No sé si estábamos conectados por nuestras manos, o por telepatía, pero nos estábamos despidiendo, con mezcla de alegría por cumplir un sueño y nostalgia por el tiempo que pasaríamos separados, para lo único que se hablaba era para comentar del tiempo, o recontar que me estaría olvidando en la mochila. Pero al terminar la conversación corta-silencio, de nuevo comenzaba esa sincronicidad entre nosotros, apretabamos las manos, y se nos empapaban los ojos.

En la despedida del aeropuerto estaba bien, feliz, sería tiempo de ir, por fin tiempo para mí. Y así me despedí, con una sonrisa enorme, ojos brillosos, y con el pecho inflado, agradecido, por lo que iría a vivir y la familia que tengo que me apoya incondicionalmente en estos pasos.

Y por fin pasé por la puerta de embarque con mis tres compañeras, la mochila grande atrás, la chica adelante, y la cámara a mi derecha, y me fui directo a sentarme en el avión, y cuando apoyé la cabeza en el avión, ahí dije, ya está! Estoy viajando! Por fin! Y dormí.

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