El viaje no comenzó en el avión o en el auto al aeropuerto, se podría decir que comenzó un poco antes. Tomo al viaje como el estado de moverse a un lugar, pero no físico sino mental. La gran mayoría de veces cuando uno viaja primero ocurre lo segundo, porque uno se proyecta en el viaje, no necesariamente planificando sino en la generación natural e inconsciente de expectativas o sueños.
Ese estado comenzó en mí una vez que fui cerrando mejor las cosas en Uruguay y me fui liberando de cargas pesadas en mi mochila, estaba más libre para mirar para adelante, y para viajar. No lograba dimensionar. Pero me fue más fácil prepararme para lo que se venía. Y las pequeñas despedidas o simples charlas me iban haciendo más liviano todavía. Como que iba despegando de a poco. En este estado logré visualizar más el porqué del viaje y cómo lo iba a aprovechar, y estar más agradecido por la oportunidad que estaba aceptando.
Pequeños momentos hacían que se instaurara más ese sentimiento, el irme despidiendo de mis seres queridos de a uno o varios, el terminar de armar la mochila, el hacer el check in, cosas que me iban comentando que iría a viajar. Y algunas veces algo en mí quería quedarse, por no saber lo que se venía, o porque no había pasado suficiente tiempo con los míos, o por dimensionar de golpe el gran paso que estaba dando. Pero la otra parte era más fuerte, la que siempre hace preguntarme que hay a la vuelta de aquella esquina, o que gente encontraré en tal pueblo, o que fauna y flora podré ver en ese bosque, etc. Esa parte más aventurera mía, le transmitía confianza a la más aprensiva porque sabía que todo iba a estar bien y que lo que iba a vivir me iba a cambiar para bien. Esa parte que me permite salir de mi zona de confort más a menudo, desafiando mis miedos, sabe que ahí afuera no hay peligro mayor que el cambiar y crecer. Porque de ningún viaje se retorna…
Cuando apoyé mi cabeza en el respaldo del avión y miré por la ventanilla, entendí todo mucho más, y un sentimiento de plenitud y alegría, mezclada con una pizca de nostalgia llenó mi pecho, y nubló mis ojos. Y algo me dijo al oído: “El mundo está ahí para vos, aprendé de lo que tiene para enseñarte…” Ahí, mi mente y mi cuerpo estaban juntos viajando y yo estaba pronto para lo que se venía.
En el viaje físico, el avión, escribí y miré mucho por la ventana, ese paisaje que entraba era hermoso, esa inmensidad me daba más visión y podía ver las cosas con más claridad. También pude observar a mi lado, padre e hijo. El hijo era el calco del padre, en cuanto a manera de expresarse y moda, no me sonaban para nada interesantes. Seguí en la mía, escribiendo, sacando fotos, mirando y pensando.
Zona preandina, Perú |
Llegamos a Lima Perú, Aeropuerto que habría visitado antes y volvería a visitar luego, a mi vuelta. Y recordé ese vuelo que perdí en Colombia, lo que me haría casi correr para meterme en el próximo avión. Al final tuve una corta espera, pero nunca me aparté de la puerta de embarque hasta que nos llamaran.
Saliendo del aeropuerto Internacional de Lima |
Catedral de San Salvador |
Cuando nos subimos al próximo avión, para nuestra sorpresa, nos tocó juntos de nuevo con mis anteriores compañeros de viaje, y como obligados comentamos el fenómeno, lo cual nos hizo entablar un diálogo de avión: esos diálogos que se hacen casi por cumplido y cuanto más corto mejor. Pero luego nos iríamos enganchando en la charla que ocuparía todo el vuelo a San Salvador, hablando de lo que hacía cada uno, de lo que iba a hacer en Centroamérica, y al final intercambiar contactos para reencontrarnos en Guatemala. Al final ese viaje terminaría con el primer contacto intercambiado, y en una charla que me enseñaría a no prejuzgar, como un recordatorio de lo que tantas veces habría aprendido, de lo que en definitiva, sería la primer enseñanza del viaje, la primera de tantas.
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